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martes, 1 de febrero de 2011

LAS "FLORECILLAS" DE SAN JERÓNIMO (2)


 2 - SE PRIVABA DE TODO PARA AYUDAR A LOS POBRES

         En 1528 había aparecido una epidemia. Venecia, permaneció por mucho tiempo inmune al peor de los contagios, tenía pues que experimentar el flagelo y las infinitas miserias del hambre y de la indigencia que aparecieron después. De las comarcas vecinas llegaban continuamente gente empobrecida que venían para llevar a la boca un trozo de pan, si había, y prolongar así, todavía un día más, la propia existencia.

A padre Jerónimo se le llenó el corazón de compasión ante semejante espectáculo. Sus riquezas, que tenía bastantes, se disiparon, en poco tiempo, entre las manos de tanta gente pobre.
Su palacio se convirtió en el asilo de los mendigos y de los enfermos: allí encuentran comida, dinero, ropa y un corazón grande y bueno, que, al acercársele, se siente llenar el corazón de consuelo, y la herida del dolor sufrido casi no se siente más, y se cicatrizan todas las desgracias vividas.
Poco a poco los objetos de plata, los tapices, los cuadros, las joyas, los muebles, los trajes de seda y bordados, las togas y los mantos son vendidos para conseguir dinero en beneficio de los más pobres. ¡Tienen mucho qué hacer los siervos con este hombre tan derrochador!
¿Y cuándo no haya más?

Una mañana de invierno padre Jerónimo está escuchando devotamente la Santa Misa y un mendigo se le acerca y le pide la caridad.
Ni un duro lleva en el bolsillo el padre Jerónimo; pero a un mendigo no se le despide sin nada. Y entonces aquel hermoso fajín de terciopelo bordado en plata, que le ciñe la cintura y ajusta con elegantes pliegues el traje, padre Jerónimo se lo suelta y: “Coge, dice al mendigo, véndelo y cómprate para comer”.

Cuando salió a la calle la gente se reía por detrás, porque llevaba el traje sin fajín. En casa los suyos le reprendieron. Él calló y continuó a hacer lo mismo: un día los guantes, otro el pañuelo blasonado,... hasta que no le quedó más nada.

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